Un efecto poco comentado -en tribunas oficiales al menos- que tuvo el terremoto del pasado 27 de febrero es que el telúrico remezón no sólo echó abajo edificios mal construidos, loza nostálgica (esos juegos incompletos, heredados a menudo de nuestros padres), algo de moral (ver saqueos), algunas cornisas patrimoniales, sino sobre todo un bien intangible (con rango de “misterio divino” en cuanto a su funcionamiento) e intrínsecamente de arranque femenino que los expertos denominan “libido”.
Sí, y lo confirmó por TV el siempre lenguaraz sexólogo Eduardo Pino: el fuerte temblor negó a una importante porción de chilenos los siempre exquisitos placeres del contacto sexual, causando -con respeto y en justo contexto lo digo- varios damnificados, quienes comprobaron cómo la madre tierra actuaba con una fuerza tal, que las excusas más célebres usadas por la gallada mujeril para dilatar el encuentro carnal (las jaquecas de antología, la sobrecarga laboral o el misterioso ataque de sueño) hasta se ruborizaron con tamaña y sincera argumentación.
No estaba en los cálculos de nadie. Ni Charles Ritcher ni Giuseppe Mercalli hubieran urdido una escala de la negación sexual tan precisa como la que aconteció -me animo a lanzar- en la alcoba nacional desde Zapallar a Temuco en los días posteriores al mentado megasismo. Un verdadero método contraceptivo, cortesía de la naturaleza e insospechado hasta para los más beatos combatientes de la anticoncepción, este de la libido reducida a su más mínima expresión, que en un arranque “increíble” de creatividad un amigo denominaba “Marzus interruptus”.
Pero llegará el día que compensará el poco ánimo y el país dejará de funcionar completamente y los quejidos se escuchen en el resto de países y la tasa de gestación se eleve a las nubes y debamos exiliar a nuestros hijos a otros países porque este está lleno… se viene el día… hay que estar listos… faltarán preservativos….
saludos marcelo
sergo