El conflicto de la jibia con manzanitas

Chile vive un nuevo round de la larga (y a veces ficticia) contienda entre pescadores artesanales e industriales, esta vez en la forma de un molusco cefalópodo muy feo pero muy apetecido en otras latitudes, llamado jibia. ¿Por qué la pelea? ¿Qué es lo que quiere cada uno? Hice un poco de investigación, conversé con algunos históricos de mi laburo y acá les dejo mi particular visión del asunto:

La historia de la jibia es más bien reciente. Si bien hay registros de captura desde hace muchos años, era tan despreciada la pobre que no tenía ningún valor comercial, excepto para algunos artesanales desesperados y con mucha fuerza de brazos (este bicho da mucha pelea cuando se pesca artesanalmente y a pulso).

De hecho, cuando empezó a abundar, en los primeros años de este siglo, se le consideró «plaga» y se le sindicó como una de las culpables de la desaparición de la merluza. «Maldita jibia», decían los viejos merluceros, ya que el calamar es un depredador tope que se mueve en grandes grupos y arrasa con todo a su paso.

La cuestión es que de alguna parte llegó el soplo que la famosa jibia era grito y plata en el extranjero, y fue la gran solución para los artesanales ante el colapso de las pesquerías más tradicionales como la merluza.

Como pasa siempre que hay torta, todo el mundo quería una tajada, y los industriales vieron de inmediato el negocio en esto. Cacharon que se podía pescar con arrastre y decidieron «participar» en el mercado. Además, tenían plantas y fue cosa de adaptar las líneas de elaboración para acceder a nuevos mercados de destino. Los artesanales en tanto, tienen sus propias (poquitas) plantas y hay otras muchas plantas que no tienen armadores (o sea, no tienen flota) y le compran a los artesanales.

Para el 2010 ya existía cuota y para el 2012 ya se había cerrado el registro, es decir: no podía entrar más gente a la fiesta. Ahí la Subpesca determinó que un 80% de la torta sería para la pesca artesanal, y un 20% para la industrial.

Cuando se formó el Comité de Manejo de la Jibia (la instancia que determina cómo se reparte la torta dentro del rayado de cancha hecho por la Subpesca), los artesanales comenzaron a exigir que la jibia fuera 100% artesanal. El principal argumento es que ellos eran los únicos que la pescaban cuando no era una chica popular, y por ende tenían derechos históricos sobre el recurso (lo cual suena bastante hipster, pero es cierto).

La cosa es que año a año el Comité de Manejo de la Jibia tenía la misma trifulca: los artesanales presionando para que la Subpesca declarase la jibia 100% artesanal, como ocurre con otras pesquerías como el congrio, la corvina, el lenguado, todas las algas y todos los bentónicos como el erizo, el loco.

Finalmente, el 2014 a algún creativo se le ocurrió «ganar por secretaría» y convenció a dos diputados de meter un proyecto de ley que regulase las artes de pesca para la jibia. Al prohibir por ley el arrastre para la jibia, indirectamente sacaban del juego a los industriales, ya que es prácticamente imposible que pesquen con otro método. (no es tan así, pero no nos compliquemos).

La idea agarró vuelo y ninguno de los dos Gobiernos que ha habido desde el 2014 a la fecha, supo atajar a tiempo este proyecto de ley. ¿Cuál es el problema de esto? Es que el Legislativo se arroga una facultad técnica que es la de regular las artes de pesca de una determinada pesquería.

Para entender esto, permítanme un ejemplo quizás absurdo: supongamos que un diputado quiere favorecer a los pequeños productores de leche, y para hacerlo presenta un proyecto de ley para que la leche sólo pueda extraerse ordeñando la vaca a mano. Ni el Gobierno ni el Ministerio de Agricultura ven la iniciativa como una amenaza, por lo que no hacen nada al respecto, así que el proyecto sigue avanzando piolita en el Congreso hasta que sin darse cuenta se convierte en ley. Esto no sólo provoca el cierre de las grandes lecherías, sino que hace más difícil el acceso al producto, y dificulta cumplir compromisos comerciales con otros mercados (en el caso que exportáramos leche, obviamente).

Acá pasó algo muy parecido, y el problema de ganar por secretaría (más allá de la justicia de la demanda de los artesanales) es que sienta un complejo precedente respecto de cómo se regula la actividad pesquera en Chile, porque modificar una ley es mucho más difícil que un decreto del Ejecutivo, como ocurría hasta ahora. Además, esto mismo se podría extrapolar luego a otros recursos como la reineta (acuérdense no más de mí).

Se habla de «la guerra de la jibia» y ¿cuál es la verdadera causa y razón de todas las guerras? El dinero. Hace 20 años, el kilo de jibia costaba 5 pesos en cualquier caleta de Valparaíso, hoy puede llegar a venderse a 500 pesos en la playa (imagine una vez procesada o en el supermercado), si una jibia pesa 40 kilos y hay autorizadas 200 mil toneladas de jibia, saque usted la cuenta. Otro datito: el año pasado las exportaciones de jibia, ese bicho que nadie quería hace 20 años, movieron un negocio de 190 millones de dólares.

Ah, otro dato relevante: De las 200 mil toneladas de cuota autorizada, los artesanales tienen derecho a 160 mil toneladas (recuerde: el 80%) sin embargo, nunca han sido capaces de capturar el total de su cuota. Ahora legislan sobre las artes de pesca y toda la discusión se centra en si puede o no pescarse con arrastre, con cerco, o con potera, pero nadie está investigando 1- ¿por qué no se logra capturar toda la cuota? y 2 ¿cuánta jibia hay realmente en el agua?

Hay otro efecto que intentaré explicar brevemente: Chile es parte de la OROP Pacífico Sur, un pacto entre países pesqueros que intenta cuidar recursos altamente migratorios, y que se creó para recuperar el jurel, pero que también abarcará la jibia en el futuro. Este organismo fija cuotas de captura para todos los países miembro, y para ello se basa en las cuotas históricas de captura de cada país. Es decir: si Chile puede acreditar que captura 200 mil toneladas al año, en el futuro será posible pelear una cuota similar en la OROP, pero si esto baja, la cuota (es decir, la torta planetaria) se reduce. Éste es el argumento de los industriales, y que cada año intentan convencer a los artesanales que, más que pelearles el 20% a ellos, se debe presionar en conjunto al Ejecutivo para que eleve la cuota global, y así haya más torta para todos.

Así que no compre usted tan livianamente el tema de la sustentabilidad, que si bien es cierto el arrastre es mucho menos selectivo que las técnicas artesanales, en este caso en particular no están haciendo un daño, al menos evidente. La gran objeción al arrastre es que con esta técnica se extrae mucha fauna acompañante (esto es terrible en las pesquerías de crustáceos, por ejemplo) pero en el caso de la jibia, que como vimos es un depredador tope, ningún otro bicho tiene ganas de andar nadando con ellas, así que la red suele capturar prácticamente pura jibia. (El daño a la sustentabilidad va más bien porque parte de los calamares se revientan o desarman por el peso o presión de la red, pero eso es otra cosa).

A modo de conclusión, sólo me queda repetir lo que ya les he dicho en otros casos: tristemente, aquí nadie está realmente preocupado de la sustentabilidad de un recurso que por lo demás, sigue siendo bastante desconocido. Quisiera que con la misma fuerza los pescadores defendieran que la pesca no se exporte en un 95% y que sus compatriotas disfrutaran los recursos a un mejor precio: es comida sana y la tenemos aquí mismo. De eso nadie habla por ahora, ni ha hablado en mucho tiempo, pero soñar es gratis.

La imagen es de https://www.flickr.com/photos/efimeravulgata

2 comentarios

  1. Gracias muy buena explicación hasta ahora no sabía el porqué de la «guerra de la jibia» considerando que muchas veces vi como en el puerto de Valparaíso los lancheros de paseos mataban a las jibias y se las tiraban a los lobos marinos que rondaban las lanchas.

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