La obra recién comienza y el celular de Cristina no deja de vibrar. Su esposo está a la izquierda y no se extraña. Así es siempre. Ella saca su equipo, lo pone en modalidad “Silencio” y de pronto el aparato vibra y la pantalla ilumina tenuemente la oscuridad del Teatro Municipal de Viña del Mar donde se presenta la pieza artística.
Cristina, una treinteañera, lee, sonríe y comienza a digitar con presteza el teclado. Está respondiendo el mensaje de texto (MSN) que le acaba de llegar. La rutina se repite unas 12 veces a lo largo del espectáculo. Su marido le pregunta: “¿y quién es, que es tan insistente?”. Ella, ya experta en estas lides, le responde que de varias partes: “una amiga, del trabajo, de la casa”. Él se queda tranquilo.
El caso de este matrimonio es diferente al de la pareja formada por Andrea y Miguel. Ella es trabajadora social y él periodista. Llevan cerca de 3 años pololeando. Se conocieron en el trabajo, y aunque se desempeñaban en distintas unidades, la rutina laboral los terminó reuniendo hasta enamorarse.
A mediados del año pasado las cosas marchaban bien, pero todo cambió cuando ella encontró un nuevo empleo. Ahí conoció a un uniformado cuya facha la descolocó. “Él era súper varonil”, confiesa.
Al principio sólo hubo unas miradas y buena onda, hasta que él le pidió el Messenger (servicio de mensajería por Internet) y empezaron las coquetas insinuaciones. “Bueno, insinuaciones es un decir, porque a los pocos días se hicieron cada vez más directas”, recuerda. Por la red cada uno se contaba sus fantasías sexuales y la temperatura del mouse subía. Poco importaba que estuvieran usando el computador del trabajo.
ADVERTENCIA
Andrea le contó lo que estaba pasando a uno de sus mejores amigos. El tipo le intrigaba y le removía las hormonas. Su confidente le aconsejó que si amaba a Miguel y quería casarse con él, como planeaba hacerlo, debía asumir que estaba jugando con fuego.
“Si te vas a meter con él, ten claro que debe ser sólo una vez, porque de lo contrario te vas a meter en un lío”, asegura que le dijo.
Pero no le hizo caso. Al cabo de tres meses no se había dado ni percatado en el embrollo en que se estaba sumiendo. Su mamá le preguntaba que qué tanto mensaje se llevaba enviando cuando estaba en la casa. Ella sólo atinaba a reírse, en una mueca nerviosa que la delataba.
Hasta que todo se derrumbó. Tal como lo hacían siempre, un día los pololos estaban en la habitación viendo televisión, pero a ella le dieron ganas de ir al baño. Y partió. Al volver, su pareja tenía el celular en la mano y una cara digna de Hulk en sus peores momentos. Le había leído todos los mensajes que olvidó borrar de la memoria.
“Fue terrible. Me quería morir. Era una rara mezcla de vergüenza, pena y rabia, porque ‘caché’ que la había embarrado. Le lloré pidiéndole perdón, pero él estaba enfurecido. Me dijo que hasta aquí llegaba todo y se fue”, cuenta aún apenada.
EL CRACK
Estuvo una semana rogándole hasta que se invirtieron los papeles. Las asperezas estaban lentamente limándose cuando a sus manos llegó el celular de Miguel. Y cometió la misma infidencia. Entró al menú, presionó la opción Mensajes y fue a los recibidos y a los enviados. Leyó algo para lo que no estaba preparado: él también le era infiel y por la misma vía que ella.
Se desmoronó todo lo avanzado. Ahora era él quien le rogaba a Andrea por perdón. No sabía qué hacer. Estaba angustiado. Lloraba todo el día. “Es que la cagué mucho”, asume Miguel.
Apeló hasta a la familia de ella, pero ellos decidieron no meterse pues eran ambos los que tenían que decidir un camino. Así estaban las cosas hasta que el hermano de Andrea decidió dar su sincera opinión y le dijo a Miguel: “mira, ambos se fueron infieles. Y para qué andamos con cosas, muy hermana mía será pero la verdad es que lo más probable es que en unos años más le vuelvas a poner el gorro. ¡Y está bien, porque así somos!”
Aunque duro, el consejo los terminó por convencer. Después de conversar seriamente por lo que quería y esperaba uno del otro, volvieron a reunirse. Decidieron que a fines de septiembre se casarán. “En realidad, decidimos olvidar todo y partir de cero”, reconocen.
87% DE LOS CASOS
“Todos los días estamos recibiendo llamadas de clientes que nos piden que tomemos sus casos porque tienen sospechas de que sus parejas las engañan. En un 90% esas sospechas se inician por el celular e Internet”, confidencia un investigador privado que pide reserva de su identidad por el trabajo que desempeña.
El dato es corroborado por el sicólogo y sexólogo Andrés Moltedo, quien reconoce que a su consulta es cada vez más común que lleguen parejas para someterse a terapia debido a que uno de ellos ha sido sorprendido siendo infiel a través de las nuevas tecnologías. “Hoy es demasiado frecuente”, califica.
Aunque la mayoría de los consultados asegura que éste es un fenómeno que no distingue de géneros, para el afamado investigador y fundador de la Casa del Espía, Dante Yutronic, es el hombre el que más fácilmente se delata.
“En pleno amorío, el hombre es torpe y burdo. No piensa que va a ser descubierto. No se da cuenta de que su auto es lo único sobre lo que tiene control. Y nada más. Por eso, va siempre al mismo motel, a la misma hora, por el mismo camino. Como es descuidado, generalmente es descubierto por el celular: o se le olvidó borrar los mensajes de texto, o llama descaradamente a su amante, o ella lo llama y se pone nervioso: “Ah sí, sí, voy para la reunión”, escribe el especialista en su libro “Amor, sexo, infidelidad. Los chilenos en la cama”.
Y los estudios internacionales avalan la teoría. Según un reciente informe publicado por la cadena inglesa BBC, en el 87% de los casos de infidelidad las relaciones paralelas quedan al descubierto por el uso que hacen los amantes del celular. Y claro, si es la vía más directa e inmediata de contacto entre los “tórtolos”.
Pero los celosos más aventajados en el uso de la tecnología han descubierto otras vías para dejar en evidencia a sus parejas. Usan programas conocidos como “sniffers” (olfateadores), que son capaces de seguir todo lo que se ha tecleado en el computador, hasta llegar a las claves personales de los correos electrónicos personales. De ahí tiran la hebra hasta encontrar aquellos mensajes que el infiel quiere ocultar, aquellos que delatan su relación.
“Hoy mientras un hombre está trabajando, está chateando con dos mujeres al mismo tiempo. Hoy con la tecnología hay muchas más posibilidades que antes”, dice Yutronic.
“Son contactos privados enviados en cualquier momento y en cualquier lugar, pero son parte de la vida reservada”, advierte el sexólogo Andrés Moltedo. A esto le asigna una gran importancia, pues considera que el advenimiento de la tecnología ha implicado un gran y masivo aprendizaje en el uso de estos equipos, pero no en los alcances éticos y morales que tiene la información a la que se puede acceder por ahí.
Y eso corre también para las relaciones amorosas. “¿El fin justifica los medios? El que yo crea que mi pareja es infiel ¿justifica que le revise el celular, el correo o lo mande a investigar? Hay parejas de que cuando hay amor, no hay secretos, ¡pero eso es mentira! ¡todos tenemos algo que no queremos que se sepa!”, exclama el sexólogo viñamarino.
“El uso de las tecnologías debe considerar el respeto de la vida privada. Todos debemos hacer un uso ético de ellas, no sólo los periodistas, sino también las parejas, las familias. Debemos saber que si vamos a revisar el correo, el computador, su historial o el celular hay que estar preparados para ver qué hacemos y como usamos esta información. Hay que entender la responsabilidad de lo que se hará si se descubre una infidelidad por esa vía”, concluye Moltedo.
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