Después de los discursos manidos de las autoridades, Juan Villoro (México, 1956) se sentó y comenzó a hablar sobre la mesa de trabajo, el lugar en que se escribe. Y no paró en cerca de 45 minutos.
«Hay que desconfiar de los escritorios ordenados: ahí nunca nadie ha trabajado», dijo al comentar que en esas habitaciones y mesas van a parar los más diversos e insólitos objetos. «¿Qué sería de la creatividad sin estos estímulos?», interrogó.
El autor del magnífico ensayo futbolístico «Dios es redondo», señaló que el escritor no se sienta a escribir sabiendo lo que va a escribir, sino que se sienta a averiguarlo. «Se puede aprender a escribir, pero no se puede enseñar», acotó.
Tampoco eludió la disquisición sobre la veracidad de la ficción. «Lo escrito en una novela o cuento no requiere de verificación, pero comienza a ser parte del mundo y puede transfigurarlo (…) No es necesario cometer un asesinato para escribir una novela policiaca».
También rememoró una conversación con Roberto Bolaño sobre el grado de objetividad que se podía tener con las propias creaciones: «La única prueba de que algo funcionaba en un texto propio era que al releerlo parecía escrito por otro», dijo.
«Escribir historias no importa en el PIB ni en los goles de selección, pero otorga sentido», sostuvo casi al final de su soliloquio frente a un público no muy local. Y agregó: «El escritor en el trance de dotar de sentido a la realidad, puede sentir un placer al escribir algo que al otro día puede parecerle espantoso».
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