A nivel internacional, la crisis de las instituciones es encabezada por la Iglesia Católica Romana, pero seguida muy de cerca a nivel nacional por los parlamentos y gobiernos centrales, y a nivel local por las instituciones de enseñanza, particularmente, las universidades. Esto debería llamarnos al menos a dos reflexiones. La primera es que esas instituciones no son de suyo agentes económico financieros. La segunda, su análisis debe hacerse en perspectiva sistémica, de lo internacional a lo local. Rigurosamente a todas ellas les es propia la crisis, yace en su razón de existir, aura que se irradia desde los supuestos del bien común que debería darles sentido de existencia. A la Iglesia la trascendencia en estado de gracia, a los gobiernos la inspiración política del buen obrar, a las universidades la autoridad que nace de la búsqueda de la verdad. Todo lo anterior se invalida cuando la actividad de esas instituciones se corrompe por una gestión que las hace olvidar su sentido original. La Iglesia de Pedro convertida en una multinacional empresarial, los gobiernos torciendo la gobernanza para todos, en una gobernanza de pocos, y las universidades sesgando el cultivo de la verdad por una loca carrera por captar clientes y recursos.
En Roma se sostiene persistentemente que el Papa Bergoglio podría convocar al Concilio Vaticano III, única vía de limpieza y ordenamiento integral para corregir la deformación curial frente a la iglesia de base, en rigor lucha ya dada en 1962 misma década de mayo del 68, lucha revitalizada en estos tiempos de escándalos valóricos, no solo genitales, sino que preferentemente económicos y de abuso de poder, no de autoridad. Los gobiernos por su parte buscan resolver sus problemas en la figura de las asambleas constituyentes, desde la crisis Siria hasta Evo Morales, habida razón entonces para aplicar el mismo enfoque para la crisis universitaria. En los Concilios se trata de tensionar el diálogo cara a cara, en lenguaje religioso: episcopado reunido, no episcopado disperso. En lenguaje político, democracia participativa frente a democracia representativa, en lo universitario debate universal y claustro efectivo frente a burocracia rectoral. La crisis de las universidades chilenas es tan profunda como la de la Iglesia romana y la del gobierno nacional, su solución pasa por una suerte de Concilio Vaticano III, o por una asamblea constituyente. Es urgente revisar toda su estructura y sus métodos de gobernanza, administración y gestión interna, pero más relevante es volver a mirar su finalidad y su sentido, sin embargo parece que las autoridades están lejanas en asumir esa tarea, importan más las publicaciones indexadas, cuántos proyectos se ganaron, el aumento de matrícula, los metros cuadrados construidos, vale decir, números vacíos de sentido y profundidad, cuando no hay un espíritu que los insufle, que nace del diálogo cara a cara.
En Roma Bergoglio lo ha entendido y promovería cambios profundos. En Chile podemos suponer que el próximo presidente, atendidos los recursos que el estado entrega, obligaría a los rectores de las casas de estudios superiores a implementar un concilio Vaticano, o una asamblea constituyente, o sea, que los actores universitarios se miren cara a cara, en sincronía de tiempo y espacio. En lo sucesivo esa manera de resolver la crisis educacional chilena, no vendrá necesariamente de la buena voluntad de los rectores, esta vendrá desde fuera, lo demandará la sociedad y principalmente los estudiantes y los sindicatos universitarios, y lo harán en voz alta y muy públicamente, es más esperarán solo hasta el 21 de mayo de 2014, y ni un día más. Si no es así la crisis universitaria de nuestro país se agudizará, porque ya no le bastan a la comunidad universitaria, ni el plan de desarrollo estratégico, ni las tasas de retención, ella quiere discusión a fondo, valórica y estructural, y aunque al nuevo gobierno no le interesare lo exigirán en cada casa de estudio. A la “iglesia real” no le interesa cuantos fieles tenga contabilizados, le interesa a quien conoce de verdad, a quien ha estrechado, que lágrimas ha engujado, que hambre ha saciado, y eso mismo es lo que los estudiantes piden, quieren que los conozcan, quieren sentirse saciados, quieren ser escuchados, como la iglesia de base, como los pueblos originarios, como las minorías nacionales. Si esto no es acogido por el nuevo gobierno y no lo instala como eje prioritario de la agenda universitaria de cada rector, podemos destruir lo que va quedando de la institución universitaria chilena. Bergoglio podría llamar a un Concilio, ¿qué harán nuestros presidentes y nuestros rectores?.
Fundamental es considerar lo económico, pero lo que importa a una universidad justamente no es aquello, lo que importa es trascenderlo en aras de la función verdaderamente universitaria, construida sobre la base del diálogo en la comunidad, y de la comunidad con la sociedad a la que debería servir. Sin diálogo no hay porvenir, en ausencia de éste solo habrá gestión: cumplimiento de metas de desmpeño, estadísticas de los planes de desarrollo estratégico, a saber, herramientas de administración curricular y de gobernanza universitaria, pero no habrá ni comunidad ni Universidad, serán frascos vacíos, a los que no les queda ninguna gota de perfume. Eso le ocurrió a los padres conciliares de 1962, descubrieron que de tanta estructura, de tanta norma y de tanto dogma, o sea nuestros estándares de desempeño y gerenciación, descubrieron esos miembros del Concilio (¿los claustros?) que los frascos estaban vacíos, no les quedaba ni siquiera un aroma de perfume.
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