El voceo de que Michelle Bachelet es el próximo presidente de Chile, tiene sesgos mesiánicos. Parece que desde las luces neoyorquinas irradia una luz manifiesta a estos oscuros lares sureños, de ser así más que un acto de alegría debería ser algo penoso. La cuestión de su candidatura, reforzada en estos días electorales edilicios, la instala por la distancia en un aura casi mística, el que de advenir un segundo periodo puede desvanecerse y pulverizar, atendido que la camada de correligionarios que apuestan a cobijarse bajo su regazo, se soportan simplemente porque no tienen otro camino para pernoctar a la espera del poder. Cuando la ciudadanía joven cuestiona su anterior gobierno, tanto como el de la Alianza, los concertacionistas confirman que están sordos.
El posicionamiento desde las encuestas choca con la manifiesta división progresista, ensuciando a una persona que llevó dignamente la banda presidencial, convirtiéndola en una curiosa mezcla de Evita Perón y la terrible Doña Bárbara de Rómulo Gallegos. Mantenerla inmácula, donde no se reconocen los errores ni las limitaciones de su administración, la mancha y desperfila. Suponer que por su sola invocación el país olvida el pasado, es creer que los chilenos somos estúpidos. Máxime si la reforma previsional fue su gran aporte, el vestirla con los ropajes de la madonna trasandina es inadecuado. Evita fue la caridad institucionalizada, Bachelet todo lo contrario.
Si la ex mandataria acepta la postulación a la presidencia, debería pasar por primarias. De no ser así, se la pintaría como las madonnas de Zurbarán ascendiendo a los cielos. Y hay todavía más, si ganare las elecciones, ¿quién la acompañará? Para llevar adelante las reformas que la ciudadanía exige, tiene que ser asistida por lugartenientes, no por un caporal, no por un capataz de estancia, sino que, por un grupo cohesionado en torno a valores compartidos, con plenas atribuciones en su ámbito de competencias, leales pero nunca genuflexos, ella no merece caporales como los esbirros de Doña Bárbara.
La no presentación de Michelle Bachelet generaría un cuadro difícil para la oposición. Sin embargo sería un ventalle que obligaría a insuflar aire fresco. Empero lo que se defina estará orientado por un cálculo político, basado en la ambición de poder. ¿Que si está motivado por el bien de cada chileno y chilena? Eso está por verse.
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