Cristóbal Ugarte Parra encarnó en su decir y su hacer el juego de los juegos, jugó en serio el juego de los grandes, un joven contenido habló condensando el lenguaje cifrado de la poesía parriana, ejecutando el juego de su abuelo investido cervantino. El muchacho aquél a modo del personaje de Antoine de Saint-Exupéry, fue “le petit prince” al lado del gran príncipe de Asturias, y tal como en el libro del piloto francés dijo verdades con sabor a sangre y dolores.
Ugarte Parra de impecable chaqué vestido al justo, preciso corte del pantalón fantasía, y brillante calzado, rompía con un corte de pelo juvenil que tímidamente desafiaba la rigurosidad del ceremonial del paraninfo de la Universidad de Alcalá, y lo hizo no solo disertando sino que contemplando el ritmo de lectura, estructurando las pausas de silencio, ¡compárese p. ej. la digresión vocalizada entre los poemas y el comentario formal intercalado! No eran palabras prestadas, era transmisión de identidad y conocimiento mutuo, es lo que se llama tradición. Bien harían los jóvenes en escuchar su modo de habla, todo dicho con sana humildad, ella tan alejada de la equivocada actitud de un joven que queriendo ser moderno y emprendedor, confunde asertividad con prepotencia, y empuje y fuerza con tierra arrasada donde solo yo importo.
Cuidada provocación parriana al dejar en las manos de un “niño” el que podría ser su último homenaje en vida. Abandonó ese triunfal y regio soplo vital de Alcalá, en una voz y una imagen diáfana y transparente, simbolizando a los jóvenes de la tierra hispana y americana; ¡ellos deben ser el destino de su voz y su mensaje! El niño que entrara mayestáticamente al paraninfo salió convertido en hombre, ese es el regalo que hiciera Parra a su nieto, le regaló la vivencia formativa de madurar en la contingencia. Todo padre intenta aquello con su hijo, “para que te vayas haciendo hombre”, es el peso de la responsabilidad, es el llevar por un momento la dignidad familiar, es también honrar la memoria de los padres y los abuelos.
Y el cosmólogo de Oxford fue otra vez consistente en su provocación y cuidada ruptura. ¿Quién otro ejecutaría ese ejercicio poético?, reinterpretar “El Pequeño Príncipe”, dejándolo hablar en la corte palaciega, donde todos los viejos lo miran con simpatía y afecto, dejándose ellos traspasar por el estilete poético de Parra. ¿Cristóbal Ugarte apareció en las formas como el “anti-Parra”?, todo mesura y cuidado, pero todo tan calculado como solo un profesor de física puede hacerlo.
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