“Los Inmortales” (2011), del director indio Tarsem Singh, tiene los mismos pecados; sobre todo en el tratamiento de los dioses en el Olimpo, ya que, como en oportunidades anteriores, se cae en la tentación de los trajes y armaduras brillantes y doradas, seguramente para simbolizar el poderío, pero que la verdad le da a las deidades más carácter de juguetes caros que de divinidades, sin el debido respeto que se merecen Poseidón (Kellan Lutz), Atenea (Isabel Lucas) o Ares (Daniel Sharman), entre otros.
Singh, de 50 años, había dirigido con anterioridad sólo dos largometrajes: “La Célula” (2000) y “La Caída” (2006), donde manifiesta atracción por los temas fantásticos y una estética cercana a los libros de historietas, muy en el estilo de la cinta “Los 300”, basada en la Batalla de Las Termópilas, que lideró el rey espartano Leonidas.
Es precisamente esta estética la que Singh utiliza en “Los Inmortales”, en los enfrentamientos entre las huestes del malvado Rey Hiperión (Mickey Rourke) y los helenos liderados por el héroe Teseo (Henry Cavill), un ex campesino que fue protegido por Zeus (Luke Evans), para lo cual tomaba el aspecto de un sabio anciano (John Hurt), que le enseñó valores y el arte del combate. Abunda el realismo de los órganos desmembrados y los chorros de sangre, producto de las espadas y las lanzas de los guerreros.
Las escenas más logradas son aquellas en que aparece el Oráculo Fedra (Freida Pinto), cuyas visiones como flashazos resultan sugerentes y misteriosas. Su presencia, en tonos rojos, junto a sus tres sacerdotisas, está cargada de simbolismo y una fuerte sensualidad que, no por nada, termina conquistando al impasible Teseo.
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