“Los judíos no eran blancas palomas” es una frase que suelen repetir aquellos que legitiman, con mayor o menor adherencia, el holocausto.
En Chile es más común escuchar frases tipo “los comunistas no eran blancas palomas”, pretendiendo justificar, de esta manera, las torturas más horrorosas que nuestro país conociera, como picanas eléctricas en ojos y genitales a los presos políticos o la introducción de ratones en las vaginas de las prisioneras, entre muchas otras.
Podríamos seguir citando ejemplos históricos de ‘enemigos de turno’ a los que se ha sometido a exclusiones que van desde la supresión de algunos derechos hasta el aniquilamiento. Siempre será el enemigo del poder al que etiquetaremos de no-blanca-paloma y, pretextando una guerra por nuestra seguridad, intentaremos segregar y eliminar.
Así, si en la Edad Media, cuando el enemigo era el diablo, se quemaban brujas y hechiceros en las plazas, hoy el adversario es el delincuente peligroso. En Chile, una poderosa plataforma comunicacional autodenominada Paz Ciudadana le ha puesto rostro y voz, haciéndolo esencialmente distinto de nosotros, los respetuosos ciudadanos que cumplimos las leyes.
Para esta concepción, entonces, en nuestra sociedad existirían dos tipos de individuos, los que cumplimos la ley y aquellos que no la cumplen. Defendiendo esta distinción, el ministro Ribera dice estar preferentemente preocupado por quienes cumplen la ley.
Este discurso fácil y populista se ha ido transformando en un fenómeno cultural que ha permitido relajar las garantías individuales, construir y llenar más y más cárceles, aumentar las penas y olvidarnos de que los presos –no-blancas-palomas- son también seres humanos.
La consigna es fácil y vende. Frases como “tolerancia cero”, “guerra contra el terrorismo”, “guerra contra las drogas” y “mano dura con la delincuencia” se repiten y aplican por políticos de las dos coaliciones que han gobernado el país en los últimos veintitantos años, desatendiendo estudios empíricos que demuestran categóricamente que los aumentos de penas, además de significar un enorme gasto para el país, no inciden en las cifras de la criminalidad. Un ejemplo patético de este populismo punitivista lo representa la ex diputada concertacionista Laura Soto que hace poco pedía que se reabriera el debate en torno a la pena de muerte.
Una concepción respetuosa de la dignidad humana y del principio de humanidad nos obliga, en cambio, a ver al otro –a cualquier otro- como un semejante y un prójimo que debe ser tratado como persona en todo momento.
La dignidad humana, más allá de si lo consideramos un principio o meta-principio del derecho y de la democracia, supone tratar a los seres humanos no como simples medios o instrumentos, sino siempre como fin en sí mismos. Y es que el concepto de dignidad humana nada tiene que ver con una jerarquía moral. Lo que tenemos que entender –y que al parecer no lo podemos aprender del señor Ribera- es que el concepto de dignidad humana no admite jerarquías, porque en dignidad no hay nadie más digno ni menos digno. En dignidad somos y permanecemos todos iguales.
Se comprenderá que la historia ha estado llena de momentos en los que se ha sacrificado la dignidad humana en pos del Estado, siendo el nazismo el ejemplo más conocido de la justificación del sacrificio del individuo por el bienestar social, racial o nacional. Sin embargo, una sociedad liberal supone también un sentido solidario e individualista, que en ningún caso es egoísta, y que busca realizar la humanidad tanto en lo colectivo como en lo individual, que induce a una realización más plena del individuo, al que debe dársele la posibilidad de interactuar y realizarse con otros.
Si, como afirma el ministro Ribera, “es un error que la preocupación esté por quienes han infringido la ley”, ¿qué camino tenemos que seguir, entonces, si desde el ejecutivo se piensa que no hay que preocuparse por quienes infringen las leyes? ¿Quién tendrá que preocuparse por ellos? ¿Nadie?
Las palabras del ministro Ribera, así como las políticas criminales implementadas en Chile durante los últimos años, no son compatibles con los principios de igualdad ante la ley, ni con un Estado liberal de Derecho, ni con el reconocimiento de la dignidad humana.
Por último, y volviendo a la concepción de humanidad, y en frontal oposición a concepciones autoritarias y totalitarias, parecen pertinentes las palabras de Goethe en el sentido que “tanto si se ha de castigar como si se ha de tratar con dulzura, debe mirarse a los hombres humanamente”.
Me parecen acertadas las palabras del sr. Cuneo en este artìculo, sin duda alguna la deshumanizaciòn del «penalizado» se ha incrementado ne los ùltimos años como si fuese un odio encarnado en la sociedad.
Ahora bien, debo confesar que en màs de alguna oportunidad he pensado y sentido adhernecia por la opciòn de la Pena de Muerte, ante hechos que sacuden a la sociedad, como el abuso a menores, maltrato a menores, etc.. son acciones que no llego a comprender en el ser humano. Ahora bien, se muy bien que la condicion humana da para mucho en estos dìas y està repleto de estudios que loa balan.
Pero la pregunta de fondo para mi serìa… Ok.. se cometiò un delito.. ¿Cual es la mejor opciòn?..soltar a este tipo que cometiò un delito? encarcelarlo? o matarlo? Me encantarìa conocer algunas laternativas viables y ajustadas al derecho.
Gracias