Para día de reyes

Juan Ayala es académico del Departamento de Estudios Humanísticos de la UTFSMPropongo regalarnos para día de reyes la serie de TVN “El Ogro y el Pollo”. Su breve formato, la claridad visivo-icónica, la baja re-semantización del mensaje, generan un nicho pregnante adecuado al televidente de hoy, caracterizado por mucho zapping y poca contemplación, mucha atracción difusa frente a escasa profundización. No nos debe sorprender entonces que según las mediciones internacionales, un obrero especializado alemán, tenga mejor comprensión lectora que un profesional chileno.

La serie protagonizada por dos “actores de plasticina”, se inserta en la misma línea informativa de los noticieros. En éstos el editor está pautado por el rating, la ideología programática morigera hechos, reduce el impacto de los conceptos ocultándolos con datos. Ejercítese usted con un cronómetro frente a su televisor, ¿cuántos segundos permanece la imagen?, paralelamente establezca las relaciones de contenido. Una discusión del presupuesto nacional es rápidamente tapada con los llantos de las fans, que no lograron entradas para asistir al recital de Justin Bieber, para luego dedicarle otros minutos a un atroz femicidio. Más evidente resulta comparar las horas dedicadas a alabar las donaciones empresariales, con los minutos dedicados a investigar cómo se administra y transparenta tributariamente a esas mismas empresas.

“El Ogro y el Pollo” no es un programa para niños: es instalar la pregunta en los adultos por los valores que esa serie propone: la solidaridad practicada todos los días no una vez al año, la responsabilidad y el respeto en las pequeñas cosas, la honradez como norma, todo eso sostenido en una técnica de animación tan cercana, tan sensual y sensorial como es el modelado por las manos. Ella lo acerca al espectador, y aparentemente reduce la distancia tecnológica, la que se confina a ser soporte del mensaje televisivo, pero no el concepto ni el contenido profundo. Ogro y Pollo en 60 segundos, no es una tarea del jardín escolar, es un ejercicio profesional, pero que “tiene algo de mucha cercanía con todos nosotros”. Lo que el pollo propone y lo que el ogro rechaza, son inseparables de su forma, en este caso la forma es el mensaje.

La belleza de los personajes (incluido el ogro), el logrado y simple efecto de sus gestos, el breve y concreto signo empleado son las claves del éxito. Mensaje reducido y eficaz, un valor estético sustentado en una axiología precisa. Aquí la brevedad y reducción comunicativa aportan, a diferencia del manipulado momento mediático, diseñado para perfilar conductas deseadas, hay entonces modelos y formatos para cada propósito. Pero los principales líderes sociales no lo saben, el diputado y el senador tal o cual, ya no ocupan el discurso, porque ¿ya no pueden elaborarlo?, no necesariamente porque a las masas ya no les alcance el nivel de concentración para seguirlos; pareciera que también los líderes se quedaron sin ideas. Un buen orador conduce su discurso a una conclusión, sabe de la exhortación y del exordio, esto no se alcanza en el segundo del noticiero, éste da solo para el voceo, para espetar la denuncia, no para sostenerla ni menos fundamentarla. Visto el escenario de muchos de nuestros líderes, podemos afirmar que en estos momentos tenemos más ogros que pollos.

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