Juanita Parra, una diosa enhiesta presidiendo desde su altar percutido, Mario Mutis sumo sacerdote atento a todo, Claudio Parra construyendo atmósferas cósmicas, seguido por efebos ya iniciados, todos ellos adorados como héroes; ese ritual se cerró en el Teatro Municipal de Valparaíso cuando cientos de corifeos cantaron “Sube a nacer conmigo hermano”. Los Jaivas finalizaron en el puerto su gira internacional iniciada en la ciudadela incaica hace ya casi un año, oportunidad en la que interpretaron su obra poético – musical “Alturas de Macchu Picchu”, re estreno después de 30 años en 1981. Fueron invitados por el gobierno peruano a celebrar los 100 años del ¿descubrimiento?, de la ciudad de las vírgenes del sol por Hiram Bingham.
¿Cuántas lecciones se pueden sacar de ese espectáculo? Primero que fue un “Ejercicio etáreo de ciudadanía”. Adultos, padres acompañados por sus hijos, nostálgicos de los 80 con sabor contestatario “retro-artesa”, los conocidos intelectuales comprometidos aburguesados, muchos jóvenes y la tercera edad. Sí, todo el pueblo como en la antiguedad clásica, cuando se reunía en torno a los artistas y los héroes míticos, y les exigían lo mejor. Por su parte los semidioses pedían el todo de su gente, cuerpo y alma, y en el Municipal la retroalimentación se dio, impresionando al punto que parecía que fuera la primera vez que Los Jaivas tocaran para su público. Junto a mí dos abuelas aplaudiendo de pie, jóvenes y plenas. ¿Por qué esto? La obra de arte se renueva en cada lector, éste la vivifica mediante la actitud estética.
Al ingresar al teatro un joven pregunta a la boletera: “¿tiene cancioneros?, algunas letras no las tengo”, dice. Me giro y le digo, “léelas en el original, el libro de Pablo Neruda”. Esa es la segunda lección. La obra musical nos instala ante un “Ejercicio de traslación de lenguajes artísticos”, de la palabra contemplada por el ojo, a la palabra contempada por el oído. No es fácil ejecutar ese acto, se necesita un gran poeta y unos grandes músicos.
Seix Barral describe “El Canto General” del vate como “un himno telúrico del continente”, una obra magna que recorre la historia de América, una respuesta poética imperiosa por reencontrarse con las materias ancestrales, una re creación del mundo americano. Específicamente en Macchu Picchu editado en 1950 con ilustraciones de José Venturelli, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, Neruda canta al dolor diseminado de América: “No volverás del fondo de las rocas./ No volverás del tiempo subterráneo./ No volverá tu voz endurecida./ No volverán tus ojos taladrados. Cantamos poesía desde “la palabra de Los Jaivas”.
Y el escritor mexicano Carlos Fuentes al visitar el monumento incásico se pregunta desde Pablo Neruda, al observar las “piedras cansadas”, verdaderos remanentes pétreos percutidos por la herramienta del tallado (de Juanita?), túmulos abandonados que no llegaron a ser obra arquitectónica: Piedra en la piedra, el hombre, dónde estuvo?/ Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo?/ Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo?. Esa es la tercera lección del concierto de Valparaíso, fue una invitación a un “Ejercicio de memoria y de proyección”. Por favor preguntémonos hoy en día, ¿y el Hombre dónde está?
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