Muchas veces somos las mismas mujeres las que ponemos trabas para tan hermosa y cálida práctica. Las razones van desde el pudor y mala relación con nuestra amiga “flor”, hasta la incapacidad de ser directas en pedirle a nuestro marido, pololo, peor es nada, amiguito horny, vecino rico, repartidor de pizza, gasfíter fornido o cualquier otra clasificación, lo que nos gusta y ser tan pavas de conformarnos con lengüetazos de perro mamón.
Porque seamos sinceras. ¿Hay algo peor que un hombre que tire como los dioses griegos, pero llegado el momento de bajar al monte, no sepa como lacear a la “bestia”? El de la lengua “carpintera”, el que cree que está inflando un globo, el titiritero que se le ocurre ponerle nombre a lo innombrable y peor que todos… El “caballito”. (Dícese de aquél estúpido que resopla los labios vaginales cual molino al viento en pleno septiembre) En fin. ¿Qué tan difícil puede ser pasar la prueba oral y hacernos felices?
La respuesta es… Mucho. Si ya somos complicadas por naturaleza, nuestra amiga “flor” no lo hace nada de mal. Qué está sensible, que esto le duele, que esto le gusta pero la irrita, qué ahí no, pero ahí sí, qué más despacio pero ahora más fuerte… Son precisamente esos “peros” los que debemos transformar en tiernas o rudas informaciones (según las preferencias) para compartir con nuestra pareja y hacer que la prueba se pase con un siete coeficiente dos.
Yo lo hice mi susodicho y en pocos meses, pasé de un torpe Chiguagua a un Pit Bull de temer. Créanme, nada mejor que la comunicación.
Así que ya saben, señoritas, menos trancas y más locura ¡que la vida es una! El susodicho no va a pensar mal de ustedes y no cuesta nada alivianarle la pega. Como dicen por ahí: “A mujer satisfecha, más posibilidad de cama deshecha”.
¡Suerte!
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Qué divertidas las columnas de esta señorita, nos servirán para aprender. Saludos.