¡Anda el zorrillo!, comenta una dependiente de calle San Diego en Santiago centro. El ambiente está saturado de gases lacrimógenos, sirenas policiales, bocinazos, gritos, ladridos de perros vagos. En Valparaíso se escucha por el interno de un carabinero, “están armando una barricada en Brasil con Edwards”, le pregunto, ¿la están sacando o levantando?, me responde, “ellos la arman, nosotros la sacamos”. Mientras observo la calle recuerdo el cuadro de Daumier titulado “El Motín”, pintura francesa de realismo social, y pasa por mi mente la película de Sergei Eisenstein, “Octubre”, muestra el epílogo de la Rusia zarista. Común a las dos obras, la representación visual del desorden urbano.
En todos los casos, los disturbios no se producen porque los manifestantes no tenían autorización para marchar por el centro, tampoco la tuvo la turba que ocupó las calles de París durante la Comuna en el siglo XIX, menos el Estado Llano que marchó y se tomó la Bastilla en el siglo XVIII. Creada la ciudad moderna se constituye un orden, y el citadino marcha por las calles, es su sitio, es el hábitat del “animal urbano”. Este orden es sumamente frágil, no tiene la permanencia del ciclo natural del mundo rural, a la urbe en cambio, la tensión le es propia, responde al ciclo social.
Hoy el ciudadano se vuelve a expresar en lo público, que comparte con el ágora digital y medial, y al mismo tiempo descubre que no puede prescindir de la calle porque allí percibe, siente y toca al otro, se construye el cuerpo social que creíamos muerto. Nos equivocamos, estaba dormido, embotado entre cableados, twiteos y correos electrónicos. Se despertó de pronto, se levantó y salió a representarle a la autoridad su necesidad de ser escuchado. Obligación de los altos dirigentes es preservar a este ciudadano activo que despertó, y que pide un nuevo orden, conduciéndolo formativamente.
En lo suyo, las autoridades locales cumplen su función, guardar, resguardar y hacer guardar el orden público, subyaciendo la necesidad de construir con altura de miras, con proyección de Estado, y con profunda sensibilidad. Postergar las soluciones a los problemas estructurales de nuestra nación, debiera ser inadmisible, pero por el acomodo electoral es posible. Chile necesita una clase política que sea capaz de conciliar virtuosamente, el derecho de expresión y asociación, con el respeto al orden público. El orden urbano debe ser reflejo de un Estado de derecho, en democracia y con participación de todos los actores políticos, aunque en la encuesta CEP, tanto el gobierno como la oposición, aparezcan con bajísimos niveles de aprobación.
Daumier nos legó la imagen del pueblo francés por su lucha, el ruso Eisenstein filmó la represión del Zar hacia sus súbditos. ¿Cómo representarán los artistas, nuestros tiempos convulsos? ¿Aparecerán los estudiantes huyendo desaforados por la Alameda, cómo en la toma en picado registrada por el cineasta ruso, frente al palacio de invierno?, o, ¿serán los ordenados marchantes de Daumier, manifestándose por París?
¿Habrá lucidez en la clase política para actuar a la altura de los tiempos, y no aprovecharla como activo de las urnas?Quizás como la prensa internacional ha cubierto lo ocurrido, posarán autorrepresentándose para esas cámaras. ¿Cuál es la legítima representación del orden?
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