La política es el arte del manejo del poder, y lo óptimo es que el que quiera gobernar deba desearlo íntima e intensamente. No obstante el poder siempre se toma, sea porque el destino lo posibilitó, o porque decididamente se buscó. Aquello solo está regulado por la axiología del gobernante, válido desde papas hasta dirigentes vecinales. Común a todos es que el candil que oriente al gobernante será su escala de valores, concretada en ser capaz de escuchar su propio cuerpo y hacerlo sin miedo.
Todo el arte de la gestión política se construye desde el diálogo, y tanto en el diálogo iniciatorio del debate, como en la negociación, los miedos internos existen, y el político conciente de ello siempre debe escuchar al otro, el que le hará resonar en su interior su propia voz. La negociación es un viaje de idas y venidas de los miedos de los interlocutores, cuando el otro resuena con más fuerza que mi propia voz interior, no hay argumento mezquino o rédito a corto plazo que valga, solo me queda abrirme y aceptar.
Pero para que la gestión del gobernante sea eficaz en relación a la negociación con los gobernados, el que detenta el poder debe necesariamente iluminarse por una visión amplia la que, en palabras de Federico Mayor Zaragoza, director general de la UNESCO, debe internalizar en su conciencia que el cuerpo es un perceptor. Dice Federico Mayor: “Nunca he creído que por mi condición de científico tuviera que renunciar a la poesía o a la política. Siento que hay en todos nosotros múltiples facetas que debemos explorar y expresar, si queremos encontrar la combinación de sensibilidad y habilidades que nos permitan llegar a comportarnos con esta mirada permanente hacia el otro“, a esto nosotros lo llamamos las Voces del Cuerpo desde el Sonido de las Palabras, su valor radica en que es el instrumento que nos abre la mirada al otro.
Mayor Zaragoza refuerza su postura diciendo que: “El principio de aprender a pensar en los demás se basa, pues, en la convicción de que cada uno de nosotros ha de considerar como propios los problemas y las contradicciones que se suscitan a su alrededor y debe experimentar, en cierta medida, un deseo apasionado de darles solución. En este sentido, la mejor garantía para el florecimiento de la democracia, tanto en el ámbito local o nacional como a escala planetaria, yace en la posibilidad de que todos seamos rebeldes, pero rebeldes con causa”.
Por lo tanto para que una negociación sea efectiva, debe concurrir tanto en gobernante como en gobernados una cierta rebeldía, esa irrupción desde lo establecido es camino de solución, la inconformidad viene a ser quicio y pivote. Pero no basta la intención de cambio, este debe presentizarse como algo manifiesto que me embarga y cuestiona, la presencia del otro me importa porque me impele a cambiar. Y para que esto se concrete la razón de la rebeldía debe apuntar a algo profundo, conceptual, que si cambia desestabiliza lo existente, porque ahora ¡será de otra manera!, cambia la esencia, el número viene después. La mensurabilidad o el monto, importan en tanto consolida el cambio, lo representa, pero no lo es. Y existe un modo de asegurarse de que ese cambio será; si nos duele y perdemos algo, será real.
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