En los duros años de la dictadura militar, Radio Moscú emitía regularmente su programa “Escucha Chile”, seguido por auditores no solo opositores, sino que también por partidarios del régimen. También por aquel tiempo las interferencias de onda radial eran comunes y la censura de la televisión abierta se completaba por la autocensura de los propios periodistas. Había entonces una preocupación preferencial por el monitoreo comunicacional, el que a comienzos del siglo XXI es digital, tal como en otras épocas se interceptaban las palomas amaestradas o se degollaba a los propios mensajeros. Para entender de dónde viene esa preocupación, hay que preguntarse por sus efectos.
La “triple doble ve” nacida al amparo del aparato militar estadounidense, mediante el proyecto ARPAnet durante los 60, nunca ha sido ni democrática ni libre. Sabida es la capacidad potencial de escucha y manipulación informacional de la que es posible, por lo tanto no hay que llegar a la imagen literaria de “1984” de George Orwell, para sorprenderse por la amenaza implícita que tiene la escucha dirigida de la opinión pública; resuena el Gran Hermano.
Los efectos de esa “escucha” radica otra vez en la moral, la que por definición es algo público, por eso es moral. Cuando la autoridad superior de nuestro país expone que atenderá -regular y sistemáticamente- los flujos informativos de las llamadas redes sociales, genera necesariamente una repulsa natural, sobre todo en aquellos “twiteros” que se sentían cobijados en una relación de comunidad cerrada. La declaración de escucha dirigida cumple la misma función que tuvo el “Ex Libris” de Felipe II en la España de la Inquisición. Cuando se señala que se monitoreará lo que “escribes y recibes” resulta tan grave, como cuando se censura lo que “lees o lo que piensas”. El mínimo supuesto de una censura daña a cualquier sistema político.
Motivado por el anunciado monitoreo, aunque fuere “para seguir lo que la calle nos está diciendo”, o, “para proteger a la opinión pública”, incluso amparado en la mayor buena fe de las autoridades, ese monitoreo traerá la represión de los diálogos digitales, los que buscarán otros medios de difusión. El “escuchar a la gente” deviene en un sentimiento de brutal invasión a la privacidad, restricción que necesariamente encontrará su cauce de expresión y que tendría dos características. La primera es positiva: obliga a diseñar una forma y manera de decir y comunicar lo que es riesgoso expresar, el mejor ejemplo es “El Quijote de la Mancha”: Cervantes no solo fue encarcelado por Alcabacero, las más lo fue porque era escritor.
La segunda característica es peligrosa. Como la necesidad de manifestarse en libertad no conoce límites, ante una manifiesta “escucha” la última opción es la calle. Si la manifestación civil pasa a ser insurrección civil, algo no está funcionando, algo falló y se quebró, y podríamos volver a un nuevo “Escucha Chile”. Con Orwell decimos: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
Dejar una contestacion