Cuando la gestión y el gobierno urbano se orientan por la “votocracia”, las ciudades quedan al garete, cuando todo es votos más, votos menos, no hay principios ni conceptos orientadores. En este escenario los ciudadanos pierden toda capacidad de reacción, campea el individualismo y la falta de refinamiento gobierna el hacer ciudad. Lo burdo y lo bullanguero siguen ocupando el espacio que pertenecía al sosiego y al diálogo, al debate y la crítica, características del ser ciudadano, y que surgen de la conversación que contempla la palabra, no del grito ni de la agitación, propio de un patio de comidas, alienante por definición, todos iguales, todos a lo mismo, antitesis de la democracia.
Los centros urbanos se pauperizan con la emigración del comercio minorista, contribuyendo al empobrecimiento de la voluntad, fuga posibilitada por el privilegio que se dio al gran capital, destruyendo la iniciativa privada del pequeño capital. Esto no es problema para los consumidores, ellos solo quieren ingerir la ilusión de que han alcanzado la felicidad, se ilusionan creyendo que ahora ¡sí todos son iguales!, contrario al ideal republicano que buscó equilibrios justos, no mediocridad e ilusa igualdad. Es muy distinto satisfacer la necesidad básica de alimentarse en un patio de comidas, que hacer un banquete en un café. Banquete en su acepción de Diálogo en torno a la comida y la bebida, en un ejercicio del consenso y del disenso, un ajustar posiciones para vivir la democracia.
El Diálogo del Banquete no implica una carta de comidas y bebidas de alto costo. Una picada, un club, de los que tanto hubo en el Chile del pasado, sea desde el de rayuela o el del volantín, cumplían igual función que los Café, permitían encontrarse y conversar, pero conversar buscando el verso común, construir comunidad desde la igualdad y desde la diferencia. El refinamiento del diálogo puede ser indirectamente proporcional al precio de consumo.
Corrido el tiempo hemos atestiguado cómo la Concertación progresista apoyó la instalación del Mall y multitiendas en los centros urbanos, y privilegió unas pocas firmas comerciales las que generaron una dictadura del capital, tan dañina como la del proletariado. La izquierda en el poder, dijo: ¡al carajo con la democracia!, ¿comercio detallista, pequeña industria y artesanado, qué es eso?
Y ahora parece que la Viña del Mar aliancista no puede retener la riqueza de sus cafés, si así fuere, ¿podrá el edil porteño acoger a los contertulios de Viña en el futuro “Portal Valparaíso”, que se emplazaría en plaza Aníbal Pinto?, proyecto que pretende recuperar la tradición del café, probada ecuación virtuosa de debate y discusión, piso de la democracia, la real, no la de la tarjeta, del combo y la cajita feliz. ¿Existirá en la alcaldesa de Viña del Mar, la voluntad de construir espacios democráticos en la Ciudad Jardín, o bastará con ilusiones de igualdad como el Festival y los patios de comida?.
Tal vez vamos asistiendo a las últimas jornadas de café en calle Valparaíso. ¿Seremos los últimos pasajeros del “Titanic”? Esperemos que la ciudad no naufrague definitivamente.
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