El SO2, un átomo de azufre y dos de oxígeno, también conocido como anhídrido sulfuroso, es en el aire un gas incoloro con un fuerte olor asfixiante que, por las reacciones químicas con las zonas húmedas del aparato respiratorio, lo llevan a una disolución ácida, baja el ph del agua, y -según la química clásica- se ha convertido entonces en nuestras mucosas en ácido sulfuroso (H2SO3). Dependiendo de las condiciones, concentración y tiempo de exposición, tener en el sistema respiratorio algún tipo de ácido como este va generar molestias, picar e incluso quemar. En la alta atmósfera, cuando el CO2 es liberado al aire, entonces lenta y espontáneamente se convierte en trióxido de azufre, el que puede reaccionar con O3 u ozono, produciendo ácido sulfúrico que precipita como tal disuelto en las gotas de lluvia en lo que se conoce como lluvia ácida. La lluvia ácida en los antiguos tiempos de la carbonífera revolución industrial, dio cuenta de gran parte del bosque europeo, como por ejemplo, la extinta Selva Negra y generó históricos episodios de smog mortal en el Londres de fines del siglo XIX.
Precisamente por esa facilidad que tiene de alterar el ph de cosas húmedas acidulándolas, el SO2 resulta un poderoso antioxidante y antimicrobiano y se usa como tal en la industria alimentaria desde muy antiguo. La exposición a niveles de anhídrido sulfuroso muy altos puede ser letal. La exposición a 100 partes de anhídrido sulfuroso por cada millón de partes de aire (100 ppm) se considera de peligro inmediato para la salud y peligro mortal.
Hasta aquí, este artículo parece un mal curso de química del azufre, pero resulta que la abundancia de la producción de esta molécula tiene consecuencias ambientales inusitadas en un país como Chile, dado que el SO2 se produce en faenas industriales de alto impacto, por ejemplo la quema de carbón o petróleo en centrales termoeléctricas o, caso importante en Chile, en la fundición del cobre.
El asunto no es menor: lo que históricamente ha caído en diferentes combinaciones sobre el pobre suelo, habitantes humanos, habitantes animales y flora de Puchuncaví, ha sido precisamente esto, anhídrido sulfuroso y lluvia ácida. Me imagino que ya el lector sabe las historias de terror que se pueden leer en la prensa sobre este territorio ambientalmente saturado, donde entre los últimos y pequeños episodios se encuentra el de los niños de la escuelita de La Greda, los 135 trabajadores del cobre muertos de cáncer y la inaudita cifra de cáncer de mamas que registra el consultorio local.
Por supuesto, los emisores de SO2 globales han tenido cuidado de anotar que no hay prueba científica que asocie al cáncer con las emisiones mencionadas.Sin embargo el «evento» se da en muchas partes de Chile: El Mercurio del reciente 29 de Abril anota una noticia catastrófica: » Esta vez fue más fuerte. El humo hizo el ambiente molesto, los alumnos tosen y tienen dolor de cabeza. Era irrespirable». Así relató Wladimir Labbé, director del Liceo Jorge Alessandri de Tierra Amarilla, el episodio de contaminación causado ayer por la fundición Hernán Rivera Lira, de Enami, en la Región de Atacama.
Esa escuela y otros tres recintos de la comuna suspendieron sus clases. Además, 12 colegios de Copiapó y Paipote cancelaron las horas de educación física y las actividades al aire libre. En total, fueron 14 mil los escolares afectados, porque la fundición registró entre las 11 y 12 horas de ayer un promedio de 2.667 microgramos de anhídrido sulfuroso, superior a los 1.962 permitidos. Por ello se decretó emergencia. Afectar a 14.000 escolares no es un asunto menor, sin contar con los aun menores, los ancianos y al final toda la población de los contornos. El evento se sobrepasó en términos de contaminación ambiental e impacto a los humanos. La zona de influencia declarada por el Seremi de Medio Ambiente Regional abarca 200.000 personas.
Enami, digámoslo con rabia, atribuyó graciosamente el episodio de la emergencia a las condiciones del clima, (llevan 2 emergencias y 4 preemergencia este año) «que impidieron la ventilación en la zona». «Este tipo de situaciones escapan a la anticipación y control operacional». O sea, no desconocen que emiten dosis muy altas de SO2 siempre, sólo que esta vez por mala suerte cambió el viento, la culpa de tamaño desaguisado es que hubo «mala ventilación» o algo así. Por favor, ¿en qué mundo estamos?. Uno sulfuroso sulfúrico, con mucho dinero, ya lo sé.
Dejar una contestacion