El signo del tiempo nos instala en un cambio epocal, tiempo en el que los maestros entregan a seguidores y aprendices el testimonio en forma de obra, no así a prosélitos ni catecúmenos, porque en ese legado no hay dogma, lo que anida es la pura convicción razonada. Abordan la barca de Caronte, Mario Benedetti, Saramago y nuestro Gonzalo Rojas, pero paradojalmente, el barquero no alcanza a cruzar el Aquerón, no los traslada a la otra orilla. Es más, Caronte ha quedado sorprendido, porque tanto el rostro de esos escritores, y ahora también el de Ernesto Sábato, es el del Dios Jano. El Bifronte mira hacia ambos lados, mira hacia el pasado y simultáneamente mira al futuro, lo que provoca la envidia del guía fúnebre, el que sometido a un único ejercicio, debe mover de una orilla a otra a los extintos, su rutinaria tarea administrativa.
Jano en cambio por su propósito divino debe estar en el permanente ojo-avisor, ese que cultivan los escritores como Sábato, nonagenario jugador de partidas de dominó en el Club Atlético Defensores, donde disfrutaba con la gente del barrio. Su primera despedida fue en una biblioteca de Santos Lugares, con vida de barrio, tan distante de los condominios, espacios que en su propio decir nos hablan de «dominio», y también de exclusión.
El ojo humanista de Ernesto Sábato siempre nos habló de inclusión, de integración, enfocada en la senda de la justicia y el respeto. Científico e investigador quien después de investigar en el Laboratorio Curie de París, abandona la búsqueda de la certeza científica, para incursionar en el fascinante mundo de lo incierto, el alma del hombre. A pesar del aparente cambio, Sábato siempre vuelve al origen, su pluma es la de un calculista infinitesimal, desde su primer libro «Uno y el universo» de 1945. Lo recordaremos por su «Informe Sábato», también llamado «Para que Nunca Más», ejemplo de humanismo y valores democráticos, pero también revelamos su filón ensayístico mediante esa primera obra, donde expone su mirada avisora desde lo aparentemente menor y cotidiano, sus partidas de dominó también proyecto, cálculo y mirada, hasta alcanzar dimensiones cósmicas, «el Uno» y el orden universal. Este eje del ensayo también lo desarrollaron Saramago y Benedetti, «El Último Cuaderno» y «Biografía para Encontrarme», respectivamente, pero con la diferencia que tanto el lusitano como el rioplatense escriben cuando caía la tarde de la vida.
Uno y el universo es coherente y consistente con la sistematización del pensamiento científico. Sábato organiza en esa obra su vocabulario narrativo, compila los materiales que desarrollará en su carrera literaria, la que se tiñe de cierta nostalgia y pesadumbre, con gotas de su ironía siempre presente. Cuando Sábato comienza, los otros terminan. El «túnel» de la vida de Sábato estuvo guiado por ese glosario conceptual, como el sistema periódico de un químico, o el vademécum de un biólogo, desde allí abre y rompe con ese ojo-avisor que inquieta a Caronte, quien no lo depositará en la otra orilla, deseará deshacerse pronto de ese Jano Bifronte que no le quita la vista de encima, ese debe ser el rol de un creador, científico o humanista, académico en tanto tal, crítico, tolerante y diverso. Jano hace temer a los que profitan de los dogmas y temen de la razón debidamente fundada. Debemos recoger el testimonio templado en el tiempo de los maestros, y poner atención a la reacción del barquero, quien lo devolverá a la primera orilla y llamará a las musas para que lo lleven al Olimpo.
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