«Es curiosa la relación que tiene uno con una ciudad, creo que es muy semejante con la que tiene con las personas. Hay ciudades que a uno le caen simpáticas y que de entrada establecen una especie de vínculo, y otras ciudades que a uno le caen antipáticas y en las que uno siente incluso rechazado», dijo Mario Vargas Llosa al responder la pregunta inicial. La ciudad y las palabras era la excusa original de la cita que había congregado a más de 300 personas; muchas llevaban libros que finalmente no fueron firmados. Pero al poco andar, el escritor peruano habló fundamentalmente de sus novelas y cómo las escribió. Y eso, en realidad, fue mucho mejor.
«En Conversación en la catedral, yo quise sobre todo describir una experiencia que viví con toda mi generación: la dictadura del general Odría, que comenzó cuando yo era un niño. Esos ocho años nos marcaron tremendamente: vivimos en un país donde no habían partidos políticos, donde la política era una mala palabra, vivimos en el oscurantismo, donde había muchos exiliados, donde la universidad en la que yo estudié –la de San Marcos- había soplones, vivíamos en la inseguridad, en la frustración. Lo que quise en esta novela fue, no tanto contar la historia de la dictadura, sino los efectos que tiene una dictadura en ámbitos en los que la política parece no tener influencia alguna: en las relaciones familiares, en el amor», dijo.
El peligro de las utopías
«Yo creo que no podemos vivir sin utopías. Nosotros estamos dotados de imaginación y de deseos que nos permiten una vida distinta a la que tenemos, más rica, más intensa, y las utopías son productos de esas necesidades. Creo que lo peligroso es orientar las utopías hacia terrenos donde las utopías son siempre destructivas, sangrientas, como es el caso de la política. Las utopías políticas siempre han provocado cataclismos a lo largo de toda la historia. La sociedad perfecta no existe y no va a existir nunca, hay que desearla, hay que buscarla sabiendo que nunca la vamos a alcanzar. Los que quieren alcanzarla, generalmente, terminan provocando las peores hecatombes que ha conocido la historia. En otros campos es posible, en el campo del arte, de la literatura, en el destino individual: un individuo puede alcanzar la perfección, hacer de su vida una obra maestra», agregó el Nobel de Literatura.
“En el campo político hay que elegir la mediocridad que es la democracia, la democracia acepta que la perfección no es el eje central de la vida, y eso ha disminuido extraordinariamente la violencia en las relaciones sociales, eso ha permitido que progresen los países hacia esa perfección que nunca vamos a alcanzar. Es la razón por la que los artistas son reacios a la democracia, ellos buscan la perfección y la democracia no les gusta porque es mediocre”, concluyó.
Fotografía de portada: gentileza de Daniel Marenco. Conoza su trabajo en http://provacontato.blogspot.com
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