Apología de marzo

Si los meses fueran días, marzo sería el lunes. Tiene ese inconfundible tufillo a que se acabó la conga, el descanso, las poleras cortitas, y las chalailas; y que llegó el momento de calzarnos el uniforme, la falda bajo la rodilla, la corbata, la chaqueta de tweed. Marzo llega con la marcha imperial de Darth Vader, es el campanazo que anuncia que se acabó el recreo, es amargo y espeso como una cucharada de aceite de bacalao.

Qué mes de mierda, marzo.

Peeero, todo tiene su lado amable. Para los habitantes costeños, marzo es también un grito de libertad tras dos meses de estar sitiados por las hordas santiaguinas que se toman Viña y hacen nata en Reñaca. Es el reencuentro con los amigos de colegio/universidad/laburo y el reinicio de los happy hours.

Comienzan también las noticias, las verdaderas. Porque durante el verano el periodismo local desnuda todas sus vergüenzas, y su dependencia crónica del punto de prensa, del comunicado, de la conferencia. Desprovistos de su pauta matinal, su materia prima, los reporteros tienen que ¡horror! salir a buscar noticias, y como no conocen mucho del asunto, terminan rellenando con potos playeros y el perro que habla.

Pero estábamos con marzo: es injusto el odio parido que despierta este mes, en la pega por ejemplo, todos andan aún medio embolinados con el verano, y la cosa es más relajada, en las universidades es temporada de fiestas mechonas (y de mechonas) y en el colegio es quizá el único mes sin pruebas y de composiciones del tipo “qué hiciste en vacaciones”.

Claro, marzo no es septiembre, ni diciembre, pero tiene su encanto. Así que termine de llorar sobre el verano derramado, arremánguese la camisa (o la blusa) y ponga manos a la obra, porque marzo es también el inicio del verdadero año, es el momento de cumplir todas las promesas que hizo medio cufifo la noche de Año Nuevo. En resumen, marzo, como toda crisis, es también una oportunidad.