No fueron pocos los que sembraron la voz de alerta ante esta inauguración. Pese al intrínseco gesto regionalista, se hablaba casi de una intromisión capitalina en los códigos culturales propios del puerto, tan únicos como merecedores de todo cuidado: ello, porque el patrimonio y el arte aquí son parte de una micro identidad casi ajena al resto del país, que le da -citando al profesor Bernardo Subercaseaux- una suerte de “espesor cultural” muy distinto a esta zona. Y es que Valparaíso, dada su condición de puerto cosmopolita, ha vivido una “globalización” interna y constante, incluso décadas antes de que el término se acuñara, dando origen a un sistema cultural propio (más bien una suma de culturas), hermético, autosuficiente y que intenta protegerse constantemente en sus territorios comunes: la bohemia, la improvisación, la falta de espacios, el underground, la emergencia.
De ahí que el posicionamiento del CNCA en la ciudad haya sido más bien paulatino y basado principalmente en la “transacción” de confianzas. Haciendo del Centro de Extensión (Centex) la principal herramienta para abrir la política cultural estatal hacia esta ciudad siempre tan esquiva y defensora de lo propio, éste poco a poco fue posicionándose como un ente no invasivo, un jugador más en el partido y que tenía la voluntad de jugar con las reglas del local y no implantar las propias. Con los años, de forma natural, aunque algunas veces forzosa, el Centex fue transando con los actores culturales de la región, ofreciéndoles una alternativa atractiva y eficaz de visibilidad, dada la histórica falta de otras instancias para hacerlo (la capital cultural sigue sin tener ni teatro o centro cultural ad hoc). A cambio -porque nada es gratis- la institucionalidad cultural obtuvo legitimación y cumplimiento de objetivos, a través de la generación, mantención y educación de nuevas audiencias, la principal meta propuesta para el área en las administraciones anteriores. El CNCA ofertaba y la ciudadanía porteña respondía: el vínculo funcionaba.
Por ello, sabiendo que fue un proceso largo y completo, costoso en tiempo y recursos, causó tanta extrañeza la decisión del ministro de Cultura, Luciano Cruz-Coke, de replantear la labor del Centex. Aunque aún no hay certeza total acerca de lo que significará este “replanteamiento”, se sabe que el organismo ahora se enfocará más hacia la “museología” (más exhibiciones, menos festivales), convirtiéndolo así en un remedo del impositivo carácter central-metropolitano del Estado, esa figura que causa tanta lejanía, molestia y desazón por estos lares. Lo preocupante aquí, aparte de evidenciarse las erráticas decisiones en otras áreas (despido de funcionarios técnicos para contratar más funcionarios políticos, reducción de financiamiento a acciones culturales para aumentar recursos en materia de sueldos, y otros), es que la gestión Cruz-Coke echa por tierra un camino que cimentó la relación históricamente endeble entre Valparaíso y el aparataje estatal, traiciona otra vez gestos empeñados (más que palabras) por parte del Gobierno, y rompe confianzas que mucho costaría volver a convocar. Es de esperar que, por el bien de la “capital cultural”, el CNCA replantee su decisión y no vuelva a abrir una herida que se creía ya cerrada.
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