Los chilenos tenemos un problema. Confundimos a los héroes con los santos, creemos que son sinónimos, negamos y hasta ocultamos cualquier información o antecedente histórico que pueda “mancillar” esa supuesta simbiosis.
Nos pasa con Arturo Prat, que tiene hasta erigido un santuario en su natal Ñiquén; nos pasa con Bernardo O’Higgins, a quien ocultamos de los libros de historia que él renegó la paternidad de su hijo, tal como le pasó a él; nos pasa con Salvador Allende, de quien consideramos casi como una injuria que se diga que era bueno para el vino, las mujeres y las fiestas… como casi todo chileno.
Ahora también nos está ocurriendo con los mineros. Los periodistas apostados en las afueras de la mina San José saben que el campamento está lleno de aprovechadores y que entre los que hacen vigilias hay esposas, amantes, y amantes de las amantes, como suele pasar en la vida de los mineros, pero esas historias sólo están saliendo en publicaciones foráneas. Lejos de pretender avalar la infidelidad, lo que cuestiono es el montaje y la autocensura para sostener una imagen de martirización, de santidad, negando piezas de la realidad, que tiene mucho de odisea, pero también de humanidad… porque los 33 que están abajo son, después de todos, hombres que luchan por retomar una vida normal, no de santidad.
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