Un amigo me preguntó si me daba lo mismo que mi hijo –que es a quien más quiero en el mundo, junto a su madre y la pequeña que hoy nos ilumina- se declarase homosexual cuando ya comience a definir su propio destino. Yo le respondí que no, pues prefería que no sufriera discriminaciones como las que padecen a diario, y a toda hora, quienes aman a personas de su mismo sexo. Es decir, prefería que no fuese el eterno blanco de motes odiosos. Apenas terminé la frase, acompañada del silencio inquisidor de mi amigo, caí en cuenta de lo vago y fatuo de mis argumentos. ¿Qué era, entonces, lo que realmente pensaba?
A menudo me he declarado –quizás no con la fuerza que quisiera- acérrimo opositor de toda discriminación, sobre todo la que sentencia el lugar de origen. Pero esa postura también supone no sólo refutar y desdeñar los juicios y bromas que mancillan la dignidad de un individuo homosexual, sino que supone una inclusión real de la población gay de nuestro país. Es decir, apuntar al chistecito de moda –“¿te vas a casar a Mendoza?”- como un juicio no sólo anacrónico sino que mina las bases de una sociedad de iguales, la que se supone muchos quieren construir. Sería triste confirmar que los círculos personales ya no sólo se edifican de acuerdo a los colegios dónde se estudió, los barrios dónde se vive, sino que a estos aciagos criterios se sume el de las orientaciones sexuales.
Para no seguir con segregaciones de ningún tipo, debiésemos –en primera instancia- oponernos abierta y explícitamente a los torpes juicios que condenan socialmente a quien se declare homosexual. Luego, abogar por derechos igualitarios para todo ser humano que pulule, al menos, por nuestra Larga y Angosta Faja. Es decir, que si mi hijo se aventura algún día en la construcción de una familia, pueda portar en brazos a mi nieto sin importar la condición sexual de su pareja.
LAMENTABLEMENTE NUESTRA SOCIEDAD SE DESTACA POR LA DESCALIFICACION, SOBRE TODO CON IDEAS QUE ESCAPAN CON LO TRADICIONAL…ESO OCURRE EN MUCAS AREAS DE LA VIDA SOCIAL Y EVITA EL DESARROLLO HUMANO
Bien Daniel……voces como la tuya son las que nos hacen falta. Hay que hablar fuerte y claro a favor de la libertad de opinión y de opción y en contra de todo tipo de discriminación.
me iluminas Daniel, en las conversaciones hay que pararle los carros a los que hablen mal de los gays, de los mapuches, lo negros, los judíos, los gitanos, los canutos, lo extranjeros.
Si, lo dificil es hacer comprender, incluso a quienes queremos, que dicha clase de bromas, realmente constituyen discriminación, cuantas veces no se ha escuchado la respuesta: aaaaaah ! pero si son tallas ! no seay grave!!!! . Incluso de gente que, en la vida diaria, jamás discriminaría a alguien diferente, pero que, de un modo inentendible para algunos, se hacen cómplices de aquellas «tallas».