La roja de todos: ¿grito pensante?

Juan_AyalaCuando se jugaba el partido entre Chile y España, en la fachada principal de la torre de Telefónica, colgaba una gigantesca bandera chilena, la que dominaba el “anfiteatro del pueblo”, Plaza Italia. Pabellón que eclipsaba el pendón de la exposición del audiovisualista Juan Downey, ubicado en una fachada lateral y en un primer piso, cuyo texto era el “Ojo Pensante”.

Previamente recorrimos nuestro Santiago, desde la comuna de Vitacura hasta San Joaquín. Sólo me acompañó el silencio y el rumor de los hinchas, que se refocilaban unos a otros frente al tevé, el que realmente nos ve, el ojo idiota. El inquietante silencio era roto por los helicópteros que sobrevolaban Santiago.

En este recorrido por una ciudad felizmente autositiada, fue la voz de los museos, la que nos evidenció que ese día no era común. ¿Habrá algo más lejano al grito y sudor de un partido de fútbol, que la contemplación de una obra de arte?. Los grandes museos santiaguinos habían enmudecido, sus puertas entornadas con un cartel que decía: cerrado por (duelo) deportivo. Sí, esa tarde luchábamos contra España. El día anterior un amigo me dijo, “el primer gol que sea por Caupolicán, el otro por Lautaro”, y en Telefónica el emblema patrio.

Al regresar desde San Joaquín, el perímetro de sitio lo formaba el cuadrante Santa Isabel – Vicuña Mackenna, entonces el escape fue por calle Lira. Abandonamos el vehículo y vivimos el despertar como un ciudadano, es decir, apeado.

Plaza Italia ya contaba con jinetes y caballos, zorrillos, guanacos y, batallones de cilones verde oliva formaban, mientras eran fotografiados por muchachas de acento gringo. Nuestros carabineros aceptaban gustosos pero serios, se preparaban para una larga tarde.

Al pitazo final aparecieron los emprendedores de hoy, el comercio ambulante, sacando cajas de entre los ligustrinos de avenida Providencia, dos o tres vueltas y se armaba el mesón de venta. TVN entrevista a una niña de escasos años que está acompañada por sus padres. Al mismo tiempo le pregunto al vendedor de cabritas y manzanas asadas, ¿cuándo arranca?, me responde: “tenemos todo listo para apretar”.

Mientras el general Baquedano es inexpugnable, muchachos y muchachas entonan espontáneamente la Canción Nacional. Me quedo mudo, escucho y canto con ellos, pero algunos cambian el último verso, de: “… y el asilo contra la opresión, por “la revolución”. Los que corrigen a Eusebio Lillo, no miran hacia el lado, solo cantan pa´delante.

La marea roja se toma ese espacio público. “Ya no vienen de Arica ni cruzan Tarapacá, no montan la cuesta de Chacabuco ni pasan por Cancha Rayada”. Sólo son veinteañeros de camiseta roja que caminan por las grandes alamedas, aparecen desde Provi, de la Alameda Bernardo O´Higgins, desde más allá del puente Bellavista y la escuela de Derecho, desde el sur y más al sur. Observo sus siluetas, sus pies avanzan decididos, son muchos pero avanzan hacia un fin y un objetivo, nadie corre ni ninguno se queda rezagado, sólo caminan.

La bacanal se va desatando, el carnaval que Chile no tiene, ahora es posible. Rostros pintados, banderas como capas litúrgicas, rondas en la calle, la que por breves minutos les pertenece. Hemos pasado del autositio, a ser poseedores y ser poseídos por el espacio público, aunque sea por unos breves instantes, mientras la bandera de Telefónica nos observa en silencio. Ella no ondea, es fija.

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