Bicentenario y laicismo

Juan_AyalaHace algunos días La Moneda definió el calendario de actividades para celebrar el Bicentenario. Sin embargo la fiesta bicentenaria nos llama a recordar que hace 200 años, un importante grupo de vecinos de Santiago decidió separarse del reino de España, y concretamente hace 182 se decretó –guerra civil y de latifundistas sudamericanos incluida– que teníamos otro sistema político y administrativo, por ende autonomía para establecer relaciones diplomáticas, comerciar nuestros productos, y dictaminar el sistema, ejecutivo, cameral y de judicatura que estimáramos. A eso se le llamó Independencia.

Independencia política sí, pero no económica. A pocos años se había olvidado el ideal bolivariano -ilusión decimonónica de pocos, hoy manipulada por otros pocos– una suerte aparentemente similar corrieron el juramento del Sacromonte, como también la misteriosa entrevista de Guayaquil. La economía latinoamericana copió de Europa, los modos de consumo pero no los de producción. De esta manera, Chile sigue siendo un monoproductor de cobre, y Argentina el granero de América y Brasil el oxígeno del planeta, a pesar de los esfuerzos de los Kirchner y de Lula.

En 2008, el secretario ejecutivo de la Comisión Presidencial del Bicentenario, el embajador Javier Luis Egaña, nos documentó a los consejeros regionales de cultura presentes en la V Convención Nacional del CNCA, respecto de la fiesta de 1910. Puntualizó que fue una fiesta mayormente elitista, de los vecinos de Santiago, inauguraciones como el palacio de Bellas Artes -la cultura como bien escaso, todavía lo es- y claro está el pueblo a la chingana, a celebrar como podía, éste con una confusa idea de qué estaba celebrando.

En 2009 en Argentina se editó un libro titulado “Reflexiones sobre el Bicentenario y Memorabilia”, título que recuerda el sano ejercicio de la memoria cuando ejecutamos un esfuerzo de proyección, los trasandinos ponen en un mismo texto tanto las reflexiones de hace 100 años, como lo que hoy piensan de sí mismos.

Si hacemos un ejercicio similar podemos tensionar y ajustar lo que debiera ser nuestro Bicentenario, que más que una celebración, es un recuerdo. Es una señal de todo aquello que hemos realizado compartiendo un suelo y una familia común. Como siempre el “bien suelo y su riqueza” es escasa, la familia por tanto se pelea. Se disputa por lo que legítimamente creen que debe compartirse, pero también luchan por lo que es de cada uno.

Mirando el Bicentenario, el ideal del laicismo nos permitirá darle un sentido humano, celebrar que Chile es un país donde los dogmas hacen espacio al verdadero y concreto libre examen de las ideas, donde el liberalismo no sólo económico, sino que también político y cultural son una verdad.

Los hombres nacen dentro de un concepto de igualdad, crecen desde ese sentimiento pero a la par la realidad les enrostra que no es así. Es aconsejable entonces que la fiesta del Bicentenario sea también un momento para reflexionar colectivamente respecto de los valores nacionales, y hacerlo en la diversidad y la tolerancia, fortaleciendo a los ciudadanos en su capacidad de discernir y de decidir.

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